lunes, febrero 07, 2022

Un lugar

En el inicio de la exploración del mundo, en el interés por conocer lo que hay, en el desarrollo primario del niño, la integración del conocimiento pasa por la identificación, diferenciación y clasificación de los elementos del entorno. Mi hija identifica en mi cara mi nariz, la toca con su dedo índice y luego toca la suya propia. Identifica mi nariz como una particularidad dentro de mi cara, similar a su nariz en cuanto a su cara, diferente de mi boca y mis ojos, y de su boca y sus ojos. 

Este proceso primario, está en todos nosotros en nuestro proceso de aproximación a la realidad. En una caminata por un sendero, identificamos el árbol como algo distinto de la piedra y la piedra como un elemento del sendero, que puede ser distinto de este o parte de este, según si la piedra se eleva muy por encima del nivel de este o se mantiene en el nivel. Si está muy por sobre el nivel puede ser un obstáculo en el sendero, en la medida en que el sendero me obligue a encontrarme con la piedra, en esa medida será un obstáculo, más o menos difícil en dependerá de si se puede rodear o de lo fácil o difícil de pasar por sobre este obstáculo en sí, al punto que puede llegar a ser el fin del sendero. Si el sendero no me obliga a encontrarme de frente con la piedra, entonces la piedra será un elemento del paisaje o un accidente en el borde del sendero.

Volvamos a la piedra y al árbol, al contemplar entonces desde el sendero la piedra y el árbol, puedo identificarlos a ambos, de la misma manera que mi hija identifica mi nariz en mi cara. Pero el encuentro en este punto del sendero con la piedra y el árbol me abre paso a profundizar esa identificación aún más. 

Quizás por el hecho de que el árbol provea una sombra agradable y la piedra un cómodo lugar donde sentarme, se facilita entonces profundizar la identificación más allá que el esfuerzo inicial de identificar la nariz en la cara pero no con menos sorpresa, sino además con el agrado de tener un sitio para hacer descanso en el camino. Porque el lugar del descanso se presenta al caminante con similar sorpresa con la que se descubre el mundo.

Identificar la piedra como inerte y el árbol como vivo, es posible gracias a lo aprendido sobre lo vivo y lo inerte. En la piedra hay apariencia de lo inerte, en la identificación de esta, ya se deja ver, de sí misma, de lo propio de esta, algo que podría corresponder a la descripción de inerte. Podríamos decir: “inerte como una piedra”. 

Del árbol, el follaje y su movimiento nos dan una apariencia de lo vivo, pero esta experiencia es menos evidente. Una pluma, sabemos es algo inerte y ante el viento se puede ondear de manera similar a un árbol, por otro lado hemos vistos ramas de árboles que recién sacadas de el árbol mismo, puestas sobre una base parecen un árbol y sin embargo por una mutilación del árbol original sabemos que no lo son. Ocurre con los “pinos navideños” a veces.  Puedes entrar en una casa y ver que tienen un árbol en su sala, pero este no es un árbol, aparenta serlo, pero es una rama mutilada o peor un pseudo árbol de plástico u otro material. De alguna manera reconocemos lo inerte, y cuando no nos es evidente nos sentimos estafados. Un árbol de plástico que parece real me resulta molesto en mi experiencia personal. Así el encuentro con el árbol falso o inerte es una experiencia que ya no es sorpresa sino desagrado. 

Pero la sorpresa va más allá de lo agradable o desagradable que sea. Hoy me quedo con la agradable sorpresa de encontrarme con una piedra y un árbol, una sombra y un lugar donde sentarme, a descansar en un sendero. El momento y el lugar se conjugan de una buena manera, a mi favor, el árbol identificable quizás en cualquier otro lado, diferenciable de otros árboles y clasificado según tipo, forma y especie, no serían sino otros árboles si no estuviesen en este lugar en este momento, al lado de esta piedra en el costado de este sendero. 

Lo mismo ocurre con la piedra, inerte, incluso si estuviera en otra posición, sería identificable como la misma piedra pero en una posición diferente, lo que para efectos del descanso, del momento de detención en mi sendero, sería entonces una piedra diferente, el árbol que podría dar igual sombra también sería distinto, porque el lugar ya no sería el mismo. Es esto porque yo como caminante hago el lugar, no, no lo hago, lo descubro. Cuando lo descubro me alegro con la sorpresa, cómo mi hija al reconocer mi nariz. En la sorpresa del encuentro del descanso en el sendero, reconozco un don. Todo está como tiene que estar, el lugar es perfecto. Arquitectos y paisajistas ya querrán lograr un lugar como este, en donde intervienen, pero esta piedra y este árbol están aquí. No hay intervención humana, mas quizás la del lento proceso que fue marcando el sendero, puede ser que haya sido marcado por ahí reconociendo la maravilla de ese lugar de descanso.

Pensándolo una segunda vez, el sendero y este lugar están hermanados, ya me imagino la descripción que pudo haberse dado cuando aún no estaba tan claro el sendero, tan delimitado, tan definido, entonces se diría: “camina hacia el sur oriente, subiendo por la ladera, hasta que encuentres una piedra y un árbol que te servirán de descanso…” “desde ahí podrás sentarte a observar y contemplar…” incluso podría haber llegado a llamarse el sendero de la piedra para pensar.

De cualquier modo que sea, el sendero, la piedra y el árbol, son para mí, paseante un regalo. Un don. Digo esto por ciertas características propias que se dan, o pueden vislumbrarse en esta situación.

Primeramente el hecho de que todo esto es gratuito y fortuito. Si soy un conocedor del sendero, entonces esperaba encontrarme con la piedra y el árbol, sino no lo soy ambos dos son una sorpresa para mi descanso. Incluso si tengo un conocimiento de oídas, otros me han dicho o he leído una indicación que lo atestigua, el encuentro propiamente tal con el lugar es una sorpresa a mi cansancio y a mi búsqueda. Si ya lo conocía, el reencuentro también es una sorpresa, un redescubrimiento. Podría no haber seguido ahí, pero ahí sigue. En mi experiencia que busca la soledad y el silencio, la sorpresa y el descubrimiento de este lugar también es condimentado por no entontrar o si encontrarme con otra persona en ese lugar.

No hay acción de mi parte más que salir a encontrarme con el lugar que haga que ese lugar y ese encuentro se produzcan. El despliegue de posibilidades que produce el encuentro es absolutamente gratuito. Incluso es gratuito, si yo hubiese abonado una entrada al lugar donde esta el sendero, puesto que el abono es por entrar, no por encotrar un lugar perfecto para sentarme a descansar y pensar.  

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